–¡Oye tú, roca! ¿Qué es eso de que no me devolverás mi manta? ¿Para qué te sirve? ¡La quiero ya, en este instante! –ladró Coyote cuando llegó junto a ella.
¡Vaya! Allá veo una laguna, por lo menos tendré agua para beber. Seguramente en sus orillas crece pasto tierno, así que tampoco me moriré de hambre.
Todos los ojos se clavaron en ella. Las mujeres entraron los telares y cerraron las puertas de la maloca, los niños dejaron de jugar.
Zorro obedeció. Sus labios se apartaron hacia los costados, haciendo que las mandíbulas se abrieran al máximo. Sapo emitió una sola nota, agudísima, que perforó el aire como una saeta lanzada a toda velocidad. La nota entró en la garganta de Zorro, la penetró hasta el fondo, y él sintió un pinchazo de dolor en el estómago.
Ahora bien; un zorro es igual a otro zorro, y entre ellos se conocen las mañas, así que su hermano no le creyó.
Jaguar se escondió entre las matas, se arrastró sobre la panza en total silencio, y cuando estuvo junto a él, se abalanzó sobre Conejo.
Así, con sus nuevas galas, Tlacuache se pavonéo entre los animales.
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